lunes, 1 de agosto de 2011

Mr. Alan Paddlock

Llegué a Australia advertida de los peligros de tiburones, cocodrilos de agua salada, pendencieras arañas embudo, demonios de Tasmania... No faltan los bichos venenosos. La vida animal aquí es única en el mundo y las regiones prácitcamente inexploradas son enormes.
Testigo y evidencia de ello es Mr. Alan Paddlock, un amoroso marsupial que viene a desayunar casi a diario a nuestro patio. No se confundan que no es canguro, aunque parece. Los canguros de menor tamaño les llaman "wallabes". De esos esta lleno por acá, en las mañanas cuando voy a trabajar o cuando vuelvo me encuentro con varios en el camino, comiendo pasto, disfrazados de penumbra.



Los wallabes son tímidos como los conejos (también hay hartos de esos por acá) y escapan raudos con grandes saltos al avistar a un humano. Con excepción -claro está- de Mr. Alan Paddlock, este es un wallabe extrovertido y canchero. Se empodera en nuestro patio, se deja fotografiar y hasta nos saca la lengua.



Esto definitivamente no es Santiago... imposible olvidarlo cuando vivo en una casa que está en la ladera de una colina, a unos 20 minutos a pie del centro de la ciudad y con vista al estuario. Al frente hay un pequeño bosque de eucaliptos y de ahí salen los alaridos de pájaros más raros que he escuchado. Los cuervos son los que gritan más fuerte, pero los halcones y las gaviotas les hacen competencia.
Hay también unos pajaritos cantarines preciosos y coloridos, pero se callan cuando pasan los halcones. Y otros que no se intimidan por los más grandes, a pesar de que parecen presa fácil: son como mini guacamayo emplumados de rojo, azul y verde. Uno de esos es bien simpático, me lo encuentro todos las mañanas camino a la pega. Parece que vive en una casa en mi misma calle, pero no estoy segura dónde. La cosa es que la mayoría del tiempo camina en vez de volar, cruza la calle "a pie" y a saltitos entra por la reja al patio de esa casa. Todos los días lo mismo. Grita cada vez que va y viene... debe ser "pájara", con pajaritos que cuidar.
Me gustaría sacarle una foto, pero incluso caminando es rápido. Además el botón de disparar de mi nueva cámara es tan minúsculo que me tendría que sacar los guantes... y sinceramente quién quiere hacer eso a las 7.30 de la mañana en medio del frío invierno hobartiano. (Cómo agradezco los guantes catosabios que me regalaron mis ex CNNitos!)

                                                             (Vista desde el living de mi casa)


Este lugar es maravilloso: la gente es sinceramente amable, los viejos no sufren achaques ni padecen de inactividad, el clima es impredecible y las zapatillas blancas son un requisito para recorrer esta ciudad a pie (la mejor forma de hacerlo).  Les contaré más de eso en mi próximo blog, para el que prometo más velocidad. Ahora debo imprimir unos papeles para mi rutinario y poco desafiante trabajo en esta oficina de contadores católicos cita-biblias.

Ah! Cuéntenle a mi tío Jaime que conocí a las arañas embudo... aunque no salieron del cajón de la cocina. Las vi como animal de mostrario en el Wildlife de Sydney.